jueves, 24 de octubre de 2013

La granja



O’Brian permanecía sentado junto al campo de energía que delimitaba el perímetro de la granja. Invisible pero imposible de atravesar, el campo de fuerza mantenía, contra su voluntad, a todos los humanos en el interior del recinto. Cualquier intento por traspasarlo iba acompañado de una fuerte y dolorosa descarga eléctrica de manera que tanto O’Brian como el resto de sus compañeros procuraban no acercarse demasiado a los límites de la finca.

El hombre apenas prestaba atención a las vastas praderas vírgenes que circundaban la parcela cultivada en la que vivían sino que concentraba su atención en el tablero de ajedrez que, ante sí, utilizaba para enfrentarse consigo mismo. O’Brian sabía que si resultaba vencedor en el torneo que cada año se disputaba en la granja sería seleccionado para abandonar la misma y ganarse su tan ansiada libertad. Por ese motivo entrenaba con tanto ahínco.

Su vida como policía de Nueva York quedaba muy atrás. Desde que ellos llegaron a la Tierra con sus platillos volantes todo había cambiado radicalmente. La guerra fue breve y muy cruenta. Cuando terminó, solamente sobrevivieron unos pocos, que fueron confinados en el interior de las granjas. Allí eran obligados a alimentarse con exóticas bayas de origen extraterrestre y a copular con las mujeres que, en proporción de veinte a uno, permanecían encerradas en unos pabellones de metacrilato.

Cada cierto tiempo, los extraterrestres organizaban un torneo de ajedrez y daban la oportunidad al ganador de abandonar la granja. Todos anhelaban salir de aquella prisión para humanos ya que la vida en el interior del recinto resultaba monótona y degradante. Copular con mujeres sanas, seleccionadas entre las más jóvenes y fértiles, no le molestaba en demasía pero sí el hecho de vivir una existencia rutinaria y animalesca. Ser seleccionado significaba una oportunidad para dejar atrás ese extraño lugar y ser requerido para tareas más intelectuales.

Cuando se cumplieron las fechas del torneo, O’Brian jugó al ajedrez con especial esmero y fue superando uno a uno a todos sus rivales. Derrotó con solvencia al pastelero Peter, a Sodalsky y a Tanaka, el taxista de Manhatan. En semifinales venció con algo de suerte a Smith ya que hizo trampas sin que nadie lo advirtiera y, para envidia de todos, se impuso también en la final a Joe Rossi, el orondo vendedor de perritos calientes.

Cuando acabó la partida, un platillo volante sobrevoló la granja y un haz de luz elevó a O’Brian por encima de sus envidiosos adversarios hasta el interior de la nave. Una vez dentro, O’Brian compartió el mismo premio que todos sus antecesores. Succionado hasta la última gota, los restos gelatinosos de O’Brian fueron esparcidos por toda la granja para regar las suculentas bayas que alimentaban al resto de prisioneros.
Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 24 de octubre de 2013.
Ilustración: Granja en un campo de trigo de Vincent Van Gogh (1888).
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

2 comentarios:

  1. Se ha quedado con cara de póquer en cuanto a terminado de leer el último parágrafo... ¡Maldito Orwell, eres buena influencia!

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    1. Selección natural pero a la inversa. Los más inteligentes se extinguen, jeje.

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