sábado, 11 de agosto de 2012

El banquete


Una desordenada turba de ajedrecistas abarrotó el concurrido garito. Acababa de concluir el campeonato social y, como de costumbre, pensaban celebrarlo a lo grande con patatas bravas y cerveza. El resto de clientes abandonó atropelladamente el tugurio, sabedores de lo que se avecinaba. Los jugadores de ajedrez constituían una peligrosa tribu urbana formada por un amplio repertorio de personajes singulares. Todos ellos despertaban rechazo o incluso temor entre los no iniciados. Especialmente, aquel fumador de puros que liaba el cotarro con sus afónicos comentarios.

El azar quiso aglutinar en una misma mesa a Alfonso, David, Jorge y Juan. Cuatro aficionados entre un mar de ajedrecistas. El resto de jugadores fue ocupando las mesas adyacentes. En todos los rincones, el tema de conversación era el mismo: el ajedrez. Anécdotas, noticias y cotilleos ajedrecísticos absorbían todas las tertulias.

Alfonso dejó el trofeo a un lado. Para variar, había vuelto a ganar el torneo en solitario. Como ya era gato viejo, de su bolsillo sacó una bolsa de plástico y metió el trofeo en ella para llevárselo luego a casa. De todos los presentes, Alfonso era el único que poseía un elevado nivel de juego. Ostentaba el título de Maestro Internacional, jugaba en División de Honor y había vencido en algunos abiertos internacionales. No era jugador profesional pero se acercaba mucho a ello y daba clases en numerosos clubes. Pese a todo, jamás alardeaba de sus logros y nadie diría que aquel flacucho de pelo rizado era un crack en el mundillo del ajedrez.

A su lado, un individuo con cara de pocos amigos fruncía el ceño. Una diminuta verruga cerca de su nariz y una barba, oscura y poblada, caracterizaban su arisco rostro. Era David, el bibliotecario. Sus pantalones y chaqueta tejanos, más una sencilla camisa y bambas blancas, constituían el uniforme que cada día se enfundaba el ajedrecista. Una insignia del Atlético de Madrid en una de las solapas de su chaqueta azul ponía el broche de oro a la pintoresca indumentaria del barbudo David.  

Frente a ellos, Jorge dejó un elegante abrigo en la silla, aflojó ligeramente el nudo de su corbata y aparcó sus libros de Homero en una esquina de la mesa. De elevada estatura, Jorge guardaba un asombroso parecido con Miguel Illescas y a menudo se veía obligado a firmar autógrafos con su nombre. Así era él. Le gustaba repartir ilusiones. El hombre parecía excitado.

Jorge: – Espérate a que me reponga. ¡Qué partida más bella! Todavía me tiemblan las piernas. Te cuento. Jugué la Grob y, tras un medio juego sumamente emocionante, entregué dos piezas menores y acabé dando mate. Diría que el espíritu de Tal me poseyó.

Juan meneó la cabeza con pesar. Moreno, bajito y con una incipiente barriga, solía lucir bochornosas camisetas de colores. Ese día no era una excepción y, bajo su anorak rojo, exhibía otra de sus chillonas prendas de daltónico. Le gustaba discutir a muerte con Jorge y, mientras limpiaba sus gafas metálicas con un pañuelo sucio, replicó a su contertulio.

Juan: – ¡Pero si fue un atraco! Jugaste mal y, cuando regalaste tu alfil, estabas perdido. Si tu rival hubiera jugado rey a g8, habrías perdido como una rata. A ver si llega el día en que juegues serio.

Jorge: – Ah, heredero de Steinitz, ¡qué poca sensibilidad estética!

Alfonso: – Déjale, al fin y al cabo la entrega le dio el punto. Deportivamente fue buena.

David: – ¿Deportivamente? Pero si el ajedrez no es un deporte, es un juego de mesa, como el póquer o el parchís.

Alfonso: – No empecemos. El ajedrez está organizado como un deporte. Tenemos federaciones, torneos y categorías. Salvo tú, todo el mundo opina que el ajedrez es un deporte.

David: – Pero en ajedrez no hay esfuerzo físico. Lo que ocurre es que a ti te resulta agradable imaginarte como deportista. Pero cuando pienso en jugadores de ajedrez, no veo a deportistas sino más bien a marginados sociales. El ajedrez es un juego de mesa, una actividad de café que debería practicarse en casinos y bingos. De hecho, ya se hace así en muchos lugares.

Jorge: – Oh, necios, el ajedrez es arte. Morphy, Fischer... son dignos heraldos de la diosa Belleza. Algunas de sus partidas no tienen nada que envidiar a los versos de Homero o a las óperas de Mozart.

David: – ¿Morphy? ¿Fischer? ¡Pero si eran unos locos! El primero tuvo que dejarlo porque perdió la cordura y murió muy joven. El segundo ha ido de mal en peor y va diciendo por ahí que la policía le persigue y que el holocausto nazi no existió. ¿Quieres más nombres? Steinitz daba peón de ventaja a Dios, Aaron Nimzovich realizaba flexiones en mitad de las partidas, Alexander Aliojin se presentaba beodo a jugar el campeonato mundial, Ivanchuk tocó un gigantesco gong en pleno Linares, Julio Granda ha desaparecido en la selva durante largos periodos de tiempo, Kaspárov todavía cree que puede derrotar electoralmente a Putin... El ajedrez daña el cerebro, induce a la locura y podría señalarte más de un caso en este mismo bar.

Jorge: – Locura, genialidad... son dos caras de la misma moneda.

Juan: – Ni deporte, ni juego de azar, ni arte. El ajedrez es ciencia.

David: – ¿Lo veis? Otro loco.

Juan: – Que no. Es ciencia. Y lo voy a demostrar. Ya sé que el término “ciencia” es muy ambiguo y se utiliza de muchas maneras, pero adoptemos su uso más objetivo. Entendamos “ciencia” como una compleja actividad intelectual que se desarrolla según métodos científicos y los resultados de la cual –el conocimiento científico- son conjuntos sistemáticos de ideas racionales y objetivas que pretenden llegar a la verdad en su ámbito de estudio. Habrá muchos tipos de ciencias y cada una de ellas tendrá sus propios métodos y su objeto de estudio.

Alfonso: – Vale, hasta ahí todo correcto, pero no veo la relación con el ajedrez.

Juan: – Verás, el ajedrez, entendido como ciencia –o en todo caso, como paraciencia-, también es un conjunto sistemático de ideas racionales y objetivas que pretenden llegar a una verdad última. ¿Cuál? La partida perfecta, constituida por las mejores jugadas posibles. Podemos encontrar en el ajedrez una vertiente deportiva, simplemente lúdica o incluso artística, pero en la búsqueda de la mayor eficacia posible es cuando nuestro juego se revela como una ciencia o, en su defecto, una imitación de ésta.

David: – Me aburro.

Alfonso: – A ver, acepto que el ajedrez sea más o menos racional pero hablaste de métodos. Si el ajedrez es ciencia, ¿qué métodos utiliza?

Juan: – Buena pregunta. Para conseguir ese objetivo –la verdad en forma de partida perfecta-, el ajedrez ha desarrollado tres métodos típicamente científicos: el axiomático, el hermenéutico y el hipotético-deductivo.

David: – Ya habló el filósofo.

Juan: – Pues sí. El método axiomático es característico de las ciencias formales, puramente lógicas y no experimentales, como son las matemáticas o la lógica. Las ciencias formales se ocupan de objetos ideales, inventados, abstractos, que sólo se hallan en la mente humana y establecen relaciones entre estos objetos. El ajedrez, en tanto que juego mental, es un conjunto de reglas perfectamente definidas –forma del tablero, movimiento de las piezas...- que los ajedrecistas tenemos fijadas en nuestra mente como premisas iniciales o axiomas no cuestionables.

Jorge: – Fischer las cuestiona. Ha propuesto sortear la posición inicial de las piezas para enriquecer el arte.

David: – Fischer está loco.

Juan: – Como decía, a partir de estos axiomas –del conocimiento del reglamento, en definitiva-, el ajedrecista aplica el razonamiento deductivo de acuerdo con unos criterios de racionalidad que considere adecuados. Por ejemplo, respetar el reglamento, escoger siempre la mejor jugada posible... y obtiene deducciones lógicas forzadas como pueden ser el cálculo exhaustivo de variantes.

Jorge: – Yo no elijo siempre la mejor jugada. Elijo la más bella.

David: – ¡Así te va!

Juan: – Sigamos. Por ejemplo, a partir del reglamento del ajedrez y de una posición concreta, podemos analizar todas las posibilidades hasta encontrar una secuencia de mate forzado, como pasa en los problemas de ajedrez que publican los periódicos. Quienes aplican más rigurosamente este meticuloso método cuando juegan al ajedrez son las computadoras que, a partir del reglamento del ajedrez y de una posición dada, eligen sus jugadas de entre todas las posibles, según unos criterios de evaluación preestablecidos por el programador.

Alfonso: – Muy ingeniosa tu explicación, pero todos sabemos que los humanos sólo podemos hacer un cálculo exhaustivo de todas las variantes cuando la posición es relativamente sencilla. Un mate básico, por ejemplo. Pero en la mayoría de casos, deberás admitir que las posibilidades, aunque finitas, tienen un número tan elevado que superan la capacidad de cualquier mente humana o artificial. En la mayoría de ocasiones, ni Kaspárov ni Deep Blue pueden abarcar todas las variantes.

Juan: – Claro. El gigantesco número de posibilidades que esconde el reglamento convierte el ajedrez en un juego que, si bien no es infinito, como mínimo nos lo parece en la práctica y el tablero deviene una especie de cuadriculado mundo en miniatura. A menudo no podemos calcular todas las variantes y nos vemos obligados a elegir una jugada sin estar completamente seguros al cien por cien. En esos momentos es cuando se escoge una jugada según el método hermenéutico.

Jorge: – ¿Hermenéutico? Suena a Hermes. Esta palabreja me recuerda mis años mozos en la facultad de Filosofía.

Juan: – Recuerdas bien, viejo amigo. La hermenéutica es un método que consiste en una interpretación de los datos de la realidad, es decir, el conjunto de partidas que se conocen. Esta interpretación da sentido a los datos y nos permite establecer unas regularidades que podemos llegar a aplicar como principios universales. En ajedrez, esto equivale a los principios de estrategia general y a lo que nosotros llamamos juego posicional. Es entonces cuando en plena partida, totalmente desbordados por la combinatoria de las jugadas, dejamos de calcular, interpretamos la posición y decidimos enrocar nuestro rey o conservar la pareja de alfiles. A menudo, no hay razones concretas para hacer ese tipo de jugadas pero aun así las realizamos, impulsados por esos principios generales. Todos estos principios generales que un ajedrecista aprende cuando se inicia en el noble juego –como enrocarse en las diez primeras jugadas o no dejarse doblar peones- responden a esta voluntad de sistematizar el caos de posiciones y variantes, dando sentido al conjunto.

Alfonso: – Pero por muchos principios generales que apliquemos siempre hay excepciones ya que, en definitiva, lo que cuenta más es la táctica, la casuística concreta de cada posición. Esos principios generales de los que hablas son dogmas para el principiante pero el jugador experto sabe que entre blanco y negro hay una infinidad de grises. Por ejemplo, el caballo de la defensa Aliojin puede moverse muchas veces seguidas en la apertura sin ser un error definitivo.

Juan: – Evidentemente. Al final, la jugada efectuada es siempre una apuesta, una hipótesis que proponemos a la comunidad ajedrecística en espera de que ésta la confirme o la refute.

David: – ¿Como las dudosas novedades en la apertura de Kaspárov? ¿O las entregas de Tal? Con el tiempo y un esmerado análisis se demostraba que muchas de ellas eran burdos faroles.

Juan: – Exacto. Aquí es cuando aplicamos el tercer método, el hipotético-deductivo. Consiste en formular una hipótesis y deducir unas consecuencias que la observación y la experimentación se encargarán de comprobar. En ajedrez pasa esto, por ejemplo, cuando proponemos una jugada mientras analizamos una partida en el post-mortem o cuando un Gran Maestro estrena una novedad teórica en una determinada apertura. La práctica se encargará entonces de refutar la hipótesis, si aparece una jugada que echa por tierra nuestras esperanzas de puntuar, o de mantenerla como hipótesis probable pero jamás verdadera del todo. Así, si nadie encuentra una refutación a la jugada que proponemos durante el análisis de una partida, consideraremos provisionalmente buena nuestra jugada a pesar de que sobre ella penda siempre la amenaza de ser destronada por una jugada mejor. Del mismo modo, la novedad teórica del Gran Maestro quedará expuesta a la praxis magistral en espera de que alguien encuentre la refutación y, hasta que eso no suceda, la consideraremos provisional y parcialmente confirmada. 

Alfonso: – Lo que dices tiene cierta lógica, pero sigo pensando que el talante primordial del ajedrez sigue siendo el deportivo. Buscar la verdad en un tablero suena a locura.

David: – ¿Lo veis? El ajedrez es de locos.

Juan: – Pues aún hay más. Hasta ahora he intentado demostrar que el ajedrez sigue tres metodologías típicamente científicas: axiomática, hermenéutica e hipotético-deductiva. Ahora pienso mostraros que el ajedrez, en su búsqueda de la verdad, en su afán científico, ha imitado a las ciencias y, según la época, ha primado más una u otra metodología en función de la concepción científica del momento.

David: – Creo que se avecina otro chaparrón de argumentos. Por favor, otra cerveza. Y que sea bien grande.

Jorge: – ¡Mi dios es mi panza! Tráigame otra de bravas.

Juan: – Podemos considerar que la actividad científica comienza a adquirir prestigio y eficacia después de la Edad Media. Ciencia y teología comienzan a seguir caminos separados y es entonces cuando las matemáticas devienen el paradigma científico por excelencia. Los siglos XVI, XVII y principios del XVIII estarán dominados por la concepción axiomática, analítica, de filósofos matemáticos como Descartes, Spinoza o Leibniz. En este periodo, el ajedrez imitará a la ciencia dominante, las matemáticas, y copia su talante axiomático, con cálculo exhaustivo de variantes. Jugadores como los de la escuela italiana andarán en este sentido, calculando sutiles variantes concretas para llegar a deducciones forzosas.

Alfonso: – O sea, que Polerio, Salvio, Greco  y esa gente se inspiraron en los matemáticos de su tiempo.

Juan: – Ciertamente, Alfonso. Después encontramos la reacción romántica que produce en nuestro juego una mixtura entre la eficacia matemática y la búsqueda de la belleza artística.

Jorge: – ¿Me pareció oír el nombre de Anderssen? Ahhh....

Juan: – Muy agudo, pero recuerda que Anderssen alternaba sus espectaculares partidas de ajedrez con sus actividades como profesor de matemáticas. Creo que el alemán ejemplifica como nadie esa mezcolanza de cifras y sentimientos. Pero fíjate que pronto se desvanece el sueño romántico y regresa la búsqueda científica del ajedrez. Morphy es de los primeros en subordinar el ataque a ciertos principios generales. Jugadores como Steinitz o Tarrasch priorizan los resultados por encima de la belleza y están influidos claramente por la concepción científica del momento. A finales del siglo XIX se produce la irrupción de las ciencias humanas y el auge del espíritu hermenéutico que interpreta la realidad con patrones a menudo reduccionistas. El ajedrez vive en esos tiempos uno de los principales impulsos hermenéuticos. Los principales teóricos del ajedrez serán, en esa época, intérpretes del juego que configuran muchos de los principios estratégicos generales de nuestro juego. No es casualidad que tanto Steinitz como Tarrasch acuñaran tantos aforismos sobre el ajedrez que posteriormente se han considerado dogmáticos. Después llega la imitación del boom psicoanalítico con Lasker, el campeón psicológico. En lo que atañe a la escuela hipermoderna, con Nimzovich o Reti, será un nuevo episodio del enfoque hermenéutico del ajedrez. Introducirán conceptos generales que pretenden guiar nuestra estrategia a largo plazo. Los fianchettos o la cesión del centro al enemigo para su posterior demolición serán conceptos del momento.

David: – Me parece que estás forzando un poco los hechos.

Juan: – Que no, que no. Fíjate. La entrada del siglo XX supone el impulso positivista y, por tanto, inductivo de la ciencia. La corrección metodológica que impulsa Popper con la falsación acelera el proceso. El ajedrez, imitación constante de la ciencia, también se alimenta de esto y comienza a adoptar sistemáticamente el método hipotético-deductivo, cada vez más, gracias a la ayuda de las computadoras y su cálculo acelerado de variantes. La especialización científica se traducirá en especialización ajedrecística. Botvinnik y la eficacia soviética comienzan este proceso. Botvinnik, curiosamente un experto en computadoras de su tiempo y un campeón capaz de reconstruir su propio estilo tras cada encuentro importante. Kaspárov será el prototipo de jugador biónico, la culminación de la búsqueda sistemática con ordenadores de novedades ganadoras y análisis riguroso del juego de los rivales. El ajedrez pasa a ser un cúmulo de posiciones concretas con evaluación personalizada.

David: – Sigo pensando que omites nombres y datos importantes.

Juan: – No, no, examina nuestro presente ajedrecístico y verás que se corresponde con el estado actual de la ciencia. Hoy en día nos invade la sensación de que el juego se agota y aumenta el número de tablas magistrales. Vivimos una era de postmodernidad, confusión y relativismo de ideas, pensamiento débil. Se produce una falta de cabezas visibles en el mundo del ajedrez y se acrecienta la fragilidad de los humanos frente al juego frío y calculador de las computadoras en un proceso imparable. La sensación postmoderna de que estamos entre dos épocas se extiende entre los ajedrecistas y sobrevive, como una sombra, la esperanza de que algún día surgirá una nueva forma de enfocar el juego.

David: – Creo que has bebido demasiado. Déjalo ya.

Juan: – Por otro lado, en tanto que imitación de la ciencia, el ajedrez sufre otro de los peligros potenciales de la técnica que ya anunciaba Heidegger: la aceleración. El mundo moderno se acelera, todo caduca antes y el ajedrez no es ajeno a esta tendencia. Novedades teóricas que pronto son destronadas y, sobre todo, una aceleración strictu sensu, jugar en menos tiempo, más rápido. Y eso comporta automatización y empobrecimiento del juego. El estancamiento paracientífico del ajedrez parece ceder terreno al ajedrez como espectáculo deportivo y dependerá solamente de nosotros cuál ha de ser el futuro de nuestro juego.

Juan suspiró aliviado. Por fin había completado su pormenorizado ensayo sobre el ajedrez como ciencia. Miró a su alrededor y vio que ni uno solo de sus contertulios seguía escuchándole. El bar estaba casi desierto. Jorge hacía ya media hora que, sumido en sus fantasías épicas, releía viejos pasajes de Homero mientras que Alfonso, discretamente apoyado en la pared del bar, roncaba sonoramente. David ya no estaba. En algún momento de la exposición, optó por abandonar el local.  

Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com  el 11 de agosto de 2012.
Ilustración: Joan Fontanillas Tapiol.
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.

2 comentarios:

  1. Son este tipo de relatos/, que en su bella condición/ alientan a otros a experimentar con dos conceptos/, sin tener miedo del resultado/, y contar con el propio estado/ del poeta la ilusión.

    ¡Saludos de este nefasto poeta imitador de Calderón de la Barca que dentro de seis horas hará camino a tierras extremeñas! Ja ens veurem! :D

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  2. ¡Buen viaje por las tierras de Pizarro, Espronceda y Zurbarán! ¡Que compongas mucho!

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