martes, 21 de agosto de 2012

La estación orbital Zima



La estación orbital Zima era motivo de satisfacción para los científicos rusos y chinos. Unidos en un esfuerzo común, habían construido esta astronave y la habían puesto en órbita alrededor de la Tierra para tareas de índole científica. Su misión era analizar las emisiones de rayos gamma procedentes de las galaxias más cercanas y, de paso, apuntar con un par de misiles a Washington D.C., bastión del capitalismo.

La tripulación estaba integrada por tres cosmonautas: el comandante ruso Igor Tregubov, piloto de la astronave, el capitán chino Shen Xiangfu, oficial científico, y el teniente ruso Vladimir Popov, experto en comunicaciones y sistemas.

Tres meses llevaban flotando ya en el espacio. El teniente Popov recordaba a menudo los largos años de entrenamiento aeroespacial, el excitante y trémulo despegue del cohete ante millones de atónitos telespectadores, la desconcertante gravedad cero y, sobre todo, la sensacional vista que ofrecía, desde arriba, el globo terráqueo con sus inmensos océanos azules.

En cualquier caso, la vida a bordo de la astronave resultaba bastante monótona y consistía en una mezcla de aburridos protocolos informáticos y dietas a base de pastillas de colores con sabor a legumbre y pollo. Cuando uno ha orbitado ya cientos de veces sobre la Tierra y vuelve a contemplar por el ventanuco esa enorme bola azul sobre fondo negro, llega un momento en que el paisaje resulta cansino y molesto. Globo azulado sobre fondo negro. Globo azulado sobre fondo negro. Globo azulado sobre fondo negro.  Si no fuera por su afición al ajedrez, Popov habría tenido serios problemas para resistir mucho tiempo semejante aislamiento. Las conversaciones con sus compañeros pronto le resultaron aburridas y repetitivas, por no decir patéticamente melancólicas, así que Popov disfrutaba abandonándose a los trebejos del ajedrez.

En una primera fase, Popov convenció a sus colegas para ir jugando partidas cada cierto tiempo pero, tras dos o tres apabullantes victorias, tanto el chino como su compatriota Igor optaron por desestimar cualquier invitación al juego. Ambos preferían jugar a cartas, donde el elemento azaroso da siempre una oportunidad al jugador más torpe. Popov se vio obligado, entonces, a jugar partidas con BONIAK 9000, la computadora central de la nave.

BONIAK 9000 era un complejo sistema informático que regulaba todas las tareas diarias y velaba por la integridad de los soportes vitales. Desgraciadamente, el módulo de análisis que la computadora utilizaba para el ajedrez era muy sencillo y Popov, pese a ser un aficionado medio, lograba vencer al ordenador la mayoría de las veces. Para darle más emoción, el ruso optó por modificar la programación de BONIAK, añadiendo algunas mejoras sistema y dándole la capacidad de aprender de sus propios errores. De este modo, la computadora no caía dos veces en la misma trampa y poco a poco iba mejorando su juego y ofreciendo más resistencia al tenaz juego de Popov. Sus compañeros, viéndole teclear con frenesí ante el ordenador, ignoraban cuánto empeño y energía estaba empleando Vladimir en la programación del nuevo BONIAK 9000.

Sus partidas con la computadora resultaban cada vez más complejas y disputadas. Popov vencía solamente tras dura lucha y, a menudo, algún error tonto le arruinaba toda la estrategia y le obligaba a inclinar su rey ante la eficiente refutación de la computadora. BONIAK 9000 estaba elevando el juego a una categoría superior, ya que últimamente tenía acceso a Internet y disponía de nuevos y mejores recursos. El ordenador escrutaba ficheros de todo el mundo para consultar las bibliotecas virtuales que contienen millones de partidas de ajedrez y bancos de datos con recomendaciones en las aperturas y los finales básicos.

Pese a todo, Vladimir pensó que quizá debía destinar más energía al módulo de análisis de BONIAK para ampliar su horizonte de cálculo. Sabido es que, cuando una máquina juega al ajedrez, se limita a calcular miles, quizá millones de posiciones y variantes, cada vez que debe mover una pieza. A más velocidad y energía, más jugadas evaluadas y, por tanto, mayor eficacia en el juego. Un humano como Vladimir también calcula sus movimientos en el tablero, pero utiliza una mezcla de raciocinio e intuición, así como la experiencia acumulada y su conocimiento de ciertas posiciones básicas. El ser humano rápidamente descarta lo irrelevante por considerarlo erróneo y absurdo, mientras que una computadora no puede dejar de sumergirse en todas y cada una de las posibilidades, sin eludir ninguna. Por eso también, al jugador humano se le escapan detalles y a la máquina no.

Vladimir introdujo otra mejora. Para darle más potencia al juego de BONIAK 9000, el ruso optó por crear una complicada subrutina mediante la cual el ordenador autogestionaba su potencia de cálculo. El objetivo era, llegado el caso, que la máquina pudiera calcular más jugadas en posiciones especialmente complicadas. Orgulloso de su trabajo, Vladimir se echó en su camastro para disfrutar del merecido descanso.


El teniente Popov despertó súbitamente de su sueño, víctima de un mal presentimiento. Estaba mareado. Al momento, las alarmas de emergencia se activaron y una inquietante luz roja se apoderó de la estación orbital. Vladimir no podía pensar con claridad, todo le daba vueltas. Intentó avisar a sus compañeros pero, todavía durmientes, no respondían a sus gritos. Con dificultad llegó a los indicadores y comprobó con preocupación que se estaba produciendo una pérdida masiva de oxígeno. Vladimir se acercó al teclado, borroso ya, e intentó averiguar qué ocurría cuando comprendió con horror que BONIAK 9000 había bloqueado todos los sistemas, incluidos los soportes vitales, para calcular su partida con más profundidad. 

Publicado en www.cesantmarti.com el 28 de marzo de 2006.
Ilustración de Joan Fontanillas Tapiol.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

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