martes, 23 de abril de 2013

El capità de la torre dels frares


Abandonades al peu de la torre,     
jauen malmeses les meves despulles         
sobre un mantell de tardorenques fulles;
sóc un capità a qui ningú socorre.
 

El fum negre per la torre discorre,         
no queden canons, ni braves patrulles;       
la tropa covarda per quatre xulles       
aquí m’ha deixat...  i encara ara corre!  
 

Tant se val si, dissortat, he caigut       
en explotar una bomba de mà         
o bé traït pels meus propis soldats.    
 

Aquí estic, sense botes ni taüt, 
passant les tristes hores en va 
mentre Hostalric crema per tots costats.

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 23 d'abril de 2013.
Imatge: La Torre dels Frares (Hostalric), de Joan Fontanillas Sánchez.
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

martes, 16 de abril de 2013

Abradatas i Pantea


I – La reina de Susa

Disfressada entre les fidels serventes,
la formosa muller del rei de Susa
es tapa el rostre amb qualsevol excusa
mentre amaga les polseres lluentes.

Els soldats perses han entrat a empentes,
brandint dagues de bronze, gent intrusa,
han mort tots els guardes i pres la clusa
quan les hosts del marit eren absentes.

La vil soldadesca busca botí,
escorcollen les tendes, embogits,
i acaben descobrint la bella dama.

Pantea lamenta el funest destí
que els déus li reserven, esclaves nits,
mes no la forcen, car Cir la reclama.

II – El retrobament dels esposos

El rei Cir acull la reina de Susa,
protegint amb gran zel el seu honor,
i, vestint-la gentil amb teles d’or
com si fos sa germana, no n’abusa.

L’assíria Pantea està confusa
car el rei persa la tracta amb favor
i permet, a més, que el seu dolç amor,
Abradatas, torni amb tropa profusa.

Marit i muller s’abracen feliços,
i, agraint el gest del monarca persa,
li juren, ai, fidelitat al rei.

De nit resten sols, sopant bons anissos,
i s’expliquen tot en franca conversa,
recordant que a Cir li deuen servei.

III – La batalla de Sardes

Abradatas parteix a la batalla,
abillat amb or en elm i cuirassa,
quan Pantea clama que, si fracassa,
torni només com a trista mortalla.

Envesteix fort l’egípcia muralla
i molts soldats amb les armes traspassa
però tants són els morts que amassa,
que el seu propi carro tomba i s’encalla.

Abradatas cau del carro falçat
i tasta les cruels dalles bastardes
que tallen tova carn, os i tendrum.

Quan s’alça la lluna al cel estelat,
Cir ha vençut la batalla de Sardes,
mes el de Susa no veu ja la llum.

IV – El túmul al riu Pactol 

Quan rep la nova la reina Pantea,
es lamenta amb plors i crits de dolor,
car ha de contemplar el seu amor,
mort i mutilat, i pena li crea.

El valor demostrat Cir no menysprea
i ordena que apleguin un gran tresor,
i sacrifiquin cent bous en honor
del valent guerrer que estima Pantea.

Mes cap gest consola la trista esposa,
que erigeix un túmul al riu Pactol
i dóna instruccions, ai, als seus servents.

Punyal en mà es dóna mort dolorosa
i prop del marit jau, cercant condol,
havent après que breus són els valents.

Publicat a www.lasiringadepan.blogspot.com el 16 d'abril de 2013.
Imatge: Relleu d'esfinx amb rostre de Darius I a Susa (s.VI i V a.C.).
Text de Joan Fontanillas Sánchez.

viernes, 5 de abril de 2013

El rey de las negras



La puerta del café se abrió con brusquedad y apareció, como cada martes, aquel niño. Todos conocían su extraña conducta. Las frases que solía proferir, sus gestos recurrentes. Su omnipresente madre siempre lo acompañaba, discreta y vigilante como un ángel de la guarda.

El muchacho, de apenas diez años, se acercó a una de las mesas donde un par de obreros de la fundición de Kiev jugaban al ajedrez tras un duro día de trabajo. Eran los tiempos del camarada Stalin. Varios hombres se arremolinaban en torno al tablero para seguir con especial interés el desarrollo de la partida. Una docena quizás. El niño aprovechó su baja estatura y fue introduciendo su diminuto cuerpo en la muralla humana hasta que al fin estuvo en primera fila y pudo contemplar las piezas.

La partida había alcanzado su punto culminante y, con varias y sutiles amenazas mutuas, podía decantarse en cualquier dirección. Los mirones no paraban de cuchichear jugadas tratando de adelantarse al curso de los acontecimientos y participar, de ese modo, de la gloria del vencedor.

Sin tener en cuenta la presencia de los jugadores y el resto de la gente, el muchacho agarró un alfil negro y realizó una jugada.

-          Niño, no toques las piezas. Que estamos jugando nosotros–advirtió uno de los jugadores al punto que rectificaba el movimiento.
-          ¡Pero si soy el rey las negras! –exclamó el chaval mientras repetía nuevamente la jugada de alfil.
-          ¡Señora, llévese al chico! Está molestando –avisaron varios de los espectadores.

Uno de los presentes se cargó de paciencia y, sacrificándose por el bien de todos, tomó al niño del brazo y lo sacó de la mesa. Le miró a los ojos para captar su atención y le propuso jugar una partida con él. El chico vaciló por unos instantes y, sin responder palabra alguna, se sentó en la mesa vecina, que también disponía de un tablero de ajedrez. El hombre lo interpretó como un sí y se sentó frente al muchacho.

-          A ver, Misha, ¿qué color prefieres? –preguntó el individuo con un tono mecánico y rutinario.
-          Negras. Yo soy el rey de las negras.

El hombre había escuchado docenas de veces la misma cantinela. El niño jamás llevaba las piezas blancas e, indefectiblemente, se reservaba el bando negro. De hecho, nadie en aquel garito recordaba una sola jugada del chico con blancas. Ni una sola jugada en dos años. Era una fijación absurda e irracional que, sin duda, delataba un funcionamiento anómalo y patológico en la mente del muchacho.

La partida entre el adulto y el chico fue rápida y mortal. El hombre jugó lo mejor que supo pero el chaval volvió a derrotarle con extrema facilidad. Siempre ocurría lo mismo. Imbatible con negras e inexistente con blancas. No recordaba cuántas partidas habían disputado ambos pero siempre terminaban con victoria del niño llevando las piezas negras.

La madre dio las gracias a ese señor tan amable y, tras abrigar a su hijo, se lo llevó de nuevo a su casa.

-          ¡Soy el rey de las negras!- volvió a exclamar el pequeño Misha mientras desaparecía por la puerta hasta el siguiente martes.

El hombre regresó de inmediato al corrillo de mirones y comprobó con satisfacción que la anterior partida entre los trabajadores de la fundición seguía en marcha. El jugador de negras, cómo no, se impondría gracias a la jugada de alfil que había sugerido el niño.


Publicado en www.lasiringadepan.blogspot.com el 5 de abril de 2013.
Ilustración: El niño del chaleco rojo (detalle) de Paul Cézanne (1888).
Texto de Joan Fontanillas Sánchez.